marzo 10, 2008

TODO ES BASURA.



Fernando García Curten es artista y trabaja con desechos. El argentino muestra al ser humano y todo lo que lo rodea. Trágico, crudo e impactante.

Con la mano empuñada toqué la antigua puerta verde. Al golpe le siguió un leve eco, lo que me hizo pensar que atrás se ocultaba un largo pasillo o una gran habitación. Cuando las bisagras crujieron se asomó una sonrisa tapada en barba blanca. La pipa en primer plano y entre el humo y el aroma del tabaco me tendió la mano. Caminamos sobre baldosas levantadas, flojas, hasta llegar a una mesa con dos sillas acomodadas para la ocasión. “¿Te molesta que fume?”, fue la primera frase del polifacético artista. Los cuadros que colgaban de la pared llamaron mi atención y demoraron el “no”.
El grabador lo pone inquieto, sin embargo decide hacer caer su voz bien cerca del micrófono. No deja lugar a dudas sobre su compromiso en ese instante. Como si fuese uno más se presenta tímidamente: “Mi nombre es Fernando García Curten, yo nací en esta ciudad (San Pedro, Buenos Aires, Argentina), en esta casa que un grupo de amigos decidió transformar en museo…”. Tal vez por la humildad de la locura no aclaró que es pintor, escultor y dibujante. La modestia lo viste de negro, pero la charla lo deja al desnudo.
Su arte expresionista brota entre la basura de sus obras, los desechos se convierten en el material mas sincero para ilustrar al hombre y su entorno. “El material de desecho se ha convertido en un lenguaje en sí mismo, en un lenguaje efímero. Eso tiene que ver con nuestro tiempo, nuestro tiempo se ha vuelto absolutamente efímero”. Así, las declaraciones concisas, directas y cautelosas retumbaban en la sala. Fernando encendía una y otra vez su pipa y yo aprovechaba el momento para mirar las obras que estaban en el ambiente contiguo. No llegaba a comprender cómo la basura podía tomar esas formas, dejar de ser residuo para ser escultura y convertirse en crítica a la humanidad desde los más hondos aspectos. Mi pensamiento era casi literal: “¡Este tipo hace arte con basura!...”.

-¿cómo es ser artista hoy?

-Es un trabajo tan diabólico pero tan gratificante a veces, lo que es una terrible paradoja, una especie de bendición o maldición. Lo que toca como artista es ser el representante de tu tiempo y de tu época, ser en nombre de todos para ser todos. El artista representa al hombre en sí mismo, lo debe hacer con absoluta responsabilidad y su lenguaje tiene que ser lo más claro posible.
La conversación se vio interrumpida. Se acercó una mujer con el pelo eterno y una pollera que no dejaba ver sus piernas. Era Susana Tosso, esposa de García Curten. El artista se incorpora en la silla y aclara que su mujer es poeta y profesora de danzas. “Verás que somos todos inservibles acá”, bromeó sin ironía y con una risa cómplice hacia la dama. La poeta comenzó a cebar mate y el arte del que hablaba Fernando tenía olor a yerba mojada: “El arte es la más desesperada búsqueda de comunicación, no de medios electrónicos sino la comunicación que va de alma a alma, la que está cortada en el ser humano actual. El arte debe volver a la gente y no ser un producto de consumo. Hay que pensar como el hombre de las cavernas, aquel que pintaba por razones sagradas. Picasso (Pablo) decía que ese hombre tenía la necesidad de entender ese mundo hostil y desconocido que estaba afuera de su caverna. Yo hago mi obra para entender este mundo hostil y desconocido que esta afuera de mi caverna”.
Sus reflexiones son muestra del tiempo y de las experiencias vividas por varios rincones del mundo. Las coincidencias en su vida no dejan de resultar curiosas y generan ganas de hablar hasta el hartazgo. Me invitó a caminar por la casa museo, su caverna. El patio se viste con enormes enredaderas y matorrales que lo hacen acogedor. Los gatos nos cruzan entre los pies y él me informa que nos dirigimos a una galería donde están algunas de sus ocho mil obras. Me detuve ante la primera que vi. Se percibía tragedia, pasado, llanto, drama.

-Usted nació en el año 1939, año que comienza la segunda guerra mundial. Una época desbastadora y de quiebre en la tierra. ¿Tiene que ver eso con la tragedia agónica que muestra en su obra?

-Si, totalmente. Fueron años muy duros: la segunda guerra, la guerra civil española… si, si… creo que si. Es un momento. El artista vive mostrando el pasado, la historia. Todas mis obras comparten un detalle: es ese agujero en el rostro, ese hoyo negro en alguna parte. Hay quien dice que ahí esta representado mi abuelo, él era minero y ese agujero es el socavo de la mina. Sin saberlo estaba construyendo mi obra incluyendo mis orígenes.
Mueve la cabeza como no entendiendo demasiado lo que dice. Nos instalamos en el centro de la habitación. Cada obra lleva su título. De todos modos son claras al comunicar. “El ciclista de Hiroshima” y “Cristo para armar” comparten el espacio con muchas esculturas más. “A éste cristo le vienen a rezar, hay gente que viene a rezar acá. Está hecho con basura y para muchos es “el cristo”. Una vez un hombre comenzó a llorar frente a “El ciclista de Hiroshima”, me acerqué y su esposa con acento raro me comentó que era un sobreviviente de Auschwitz. Mostrar lo que hago en mi casa me protege del impacto que genero en la gente. Muchos salen llorando, algunos pensativos y otros insultando. Mi obra tiene un gran contenido dramático pero en mi casa me siento protegido”.

-¿Por qué decide quedarse aquí en su casa, en una pequeña ciudad, y no exponer en el exterior?

-Si volvemos a la definición de arte como la desesperada búsqueda de comunicación de alma a alma, el hecho de que haya jurados y gente que diga quién tiene el alma más grande, perdonando la expresión, no me interesa. Una muestra o un concurso es un trámite que te puede salir bien o mal, a mí me ha salido bien y mal, me han dicho “si” y “no”. Expuse en contadas oportunidades, en Argentina y otras partes del mundo, pero ya no. Inclusive doné todas mis obras al patrimonio cultural de San Pedro, también a sus visitantes, por lo tanto ya no depende de mí… el arte debe volver a la gente.

-¿Sufrió censura como artista?

-Digamos que tuve un par de obras desaparecidas. Mandé unas obras a un salón de exposición y no me avisaron al momento de la muestra. Luego llamé por teléfono y me dijeron que mis obras no estaban allí, que nunca habían llegado. “Desapariciones”… una triste palabra nuestra.
El silencio ganó la escena. La claridad que dejaba entrar la cortina abierta hacía de reflejo sobre pinturas y dibujos. El hombre como protagonista de su tiempo y su historia. Seguí con la mirada cada obra, una a una. Maderas, clavos, hierros, papel, latas y cientos de objetos que en el mejor de los casos terminan en la bolsa de un tacho de basura. Me cuenta, con respiración dificultosa, que sale a caminar por las noches y vuelve a su casa cargado de cosas que luego utiliza para trabajar, para darle forma a aquellos desechos que la gente deja en el apuro.

“La mejor obra tiene que ser la última. Inexorablemente. En este caso es el dibujo que hice hace un mes. Allí se mete mi mundo interno, ese mundo inmanejable que pasa por el trabajo intuitivo. Que sea la mejor no quiere decir que esté terminada, la obra nunca se termina, la obra te abandona y hay que empezar otra. Siempre se vive en ese estado de angustia: ¿haré la próxima?, esa es la cosa.” Otro silencio. No es incómodo, es más bien reflexivo. Carga su pipa con tabaco y quita la vista de sus obras. Camina hacia el patio, como huyendo de la sala. En la bocanada de humo se le escapa un razonamiento: “A veces pienso que hemos sido derrotados… hemos sido derrotados”.

Volvimos a la mesa. Allí estaba aun su mujer con los mates a la espera. Se encontraron en un pellizcón. Fernando demostraba intención de reanudar el diálogo pero el momento invitaba a permanecer callado, a registrar todo lo que el grabador dejaba afuera, aquello que está en sus obras. Le dio un último sorbo al mate y miró a su mujer buscando alguna respuesta a todo lo que sentía ese día. Peinó su barba hacia abajo y giró su cabeza hacia la galería donde estaban sus obras: “Cuando uno vive en este mundo da la sensación de que el hombre comienza a parecerse demasiado a lo que sucedió allá, entre mis obras. En fin… espero haberme equivocado”.

Del bolsillo de su ropa oscura sacó ésta última certeza. Quiso dar el cierre a la nota, lo dijo él. Por un instante optimista en su deseo de equivocarse. Con pensamientos como éste lejos e hipócrita queda el arte de consumo, aquel que vende en millones una pintura de Vincent Van Gogh sin saber que el pintor murió de hambre. Todo lo demás se vuelve despreciable cuando García Curten mueve los labios.
Me voy con un pesar sobre los hombros, con una pizca de responsabilidad ante la realidad del género humano y con el dramático recuerdo trágico del arte. En fin… espero haberme equivocado.

Por: Román Solsona.